jueves, 1 de octubre de 2009

Aún así estallan los pájaros.
Sus cuerpos tibios, musculosos, cómodos.
Sus ojos como piecitas negras
de criaturas pequeñas y valientes.
Surcando mundos livianos sin paredes,
ni alambrados,
ni policías.

Respondiendo al Sol,
cueste lo que cueste,
pase lo que pase,
sea lo que sea,
mal que nos pese

a nosotros.

Monos fibrosos, inteligentes, rápidos,
altos, duros,
buenos para matar, mezlar, encerrar,
prohibir.
Monos desesperados, sordos, asesinos, talentosos.
Con nuestros taladros, aviones,
bombas de hidrógeno,
de vacío,
de gas,
molotov,
atómicas,
de mano.

Bombas en mayo y en abril.

Bombas que estallan,
como los pájaros.
Intento escribirte;
todavía enredado entre hilos de viento,
cables de hierba y en los nidos de barro.

Subiendo por esas cuestas
que son nuestro hogar de plumas,
trazado pacientemente durante el atardecer eterno
de este misterio que nos volvió
inmortales y severos.

Saben las mareas de mis noches largas, continuas, circulares,
centrípetas.
De mis besos a la garúa
de mis lagrimas a la brisa.

Aprendo tras las manos leves
de este suceso cruelmente justo.

Lidiando con las palabras muertas
que se empeñan en congelar
los caminos del amor.
Nuestro amor como brasa, en el fuego mas antiguo.

Nuestra vida como pacto, en los días mas oscuros.

Para la luz, el tiempo no existe.