miércoles, 13 de agosto de 2008

abandonar el trazo manso,
probar el corte de la espiga,
el ardor del pastizal

aprender a sonreír en la espera
de la manifestación de la huella,
del clarear del viejo horizonte
Un día, el bosque comenzó a brotar de entre sus baldosas.
Primero notó las hojas tiernas que respiraban en las esquinas. Luego aparecieron raíces húmedas, que levantaron brazos como ramas; trepando las paredes y quebrando el techo.
Cuando se inquietaba por la nueva geografía y el salvaje comportamiento de su mundo, le eran enviadas bocanadas de incienso puro, pesado, dulce.
Leía durante las mañanas, escuchaba las melodías de las grutas durante las tardes. Por las noches esculpía un fuego y daba las gracias, o lloraba, muerto de miedo.
En las largas caminatas observó que la senda era camino y era retorno. Reconoció en su piel al brujo y en sus ojos al dueño de las llaves.
Comenzó a caminar esbelto y humilde. A reconocer la palabra y a utilizar el viento.
creo en mi alma
más que en la infinitud de este invierno
llevo las flechas antiguas
y las lágrimas del futuro
las conozco
desde antes que se desatara este invierno
que me traga y me devuelve

conozco el calor de los días
que se esconden al final de la huella
soy parte
como mis abuelos
de la raza que escucha a las sombras
y juega en el fuego

sobreviviré
porque creo en mi alma
mas que en la infinitud de este invierno